No olvides ninguno de sus beneficios

No olvides ninguno de sus beneficios

Es importante no olvidar lo que Dios hizo por nosotros. Lo peor que puede llegar a hacer un cristiano es olvidar la misericordia y el amor de Dios para con su vida.

Una de las grandes ventajas que tienen los seres humanos es la memoria. En ella se archivan todas las cosas, buenas o malas, que suceden en el transcurso de la vida; desde la niñez, hasta el momento de partir a la eternidad. Hay algo que queda muy marcado en la vida del hombre: lo aprendido en la niñez. Por eso la Biblia dice en Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.

 

La Iglesia se preocupa por enseñar la Palabra de Dios a toda la niñez. Creemos firmemente que en ellos existe un gran potencial que puede ser aprovechado en favor de Dios. En muchos lugares del mundo podemos apreciar que diversas personas educadas desde muy temprano, son capaces de ejecutar lo aprendido en la adultez.

 

Dios ha concedido al ser humano la memoria para retener las ordenanzas que Él ha instituido. En Deuteronomio 4:9, Dios le da una ordenanza al pueblo de Israel: “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos”. Dios enseña a guardar, memorizar, recordar y no olvidar lo que se ha visto y oído, acerca de sus maravillas y grandezas.

 

En Apocalipsis 3:3, el apóstol Juan escribe a la Iglesia de Sardis: “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti”. Jesús dijo: “No he venido al mundo a condenar, he venido a salvarlo, pero mis palabras les juzgarán el día postrero”; es decir, usted no podrá olvidar lo que ha oído de parte de Dios. Quiera o no, la Palabra de Dios le juzgará, le salvará o le condenará. Si obedeció, será bendecido, justificado y libre de culpa; mas si fue rebelde, esta misma palabra le puede sentenciar y condenar. Por este motivo, tiene que tener mucho cuidado de no olvidar de donde le sacó Dios.

 

Recordamos a los hombres que oraron para que este santo Evangelio llegue a nuestros corazones, a aquellos que estuvieron pendientes de nuestro crecimiento espiritual. El apóstol Pablo, en 1 Tesalonicenses 5:17, dejó un encargo: “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de la obra…”. Debemos recordar y considerar a nuestros pastores, no olvidarnos de ellos.

 

En 1 Samuel 16:18, cuando Saúl desvariaba y necesitaba de alguien que tocara un instrumento de música, inspirado por Dios, uno de sus siervos se levantó y dijo: “He aquí yo he visto a un hijo de Isaí de Belén, que sabe tocar, y es valiente y vigoroso y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y hermoso, y Jehová está con él”. Lo llamaron y presentaron ante el rey y estuvo junto a él.

 

En Génesis 40:14, cuando José estaba preso, y hubo interpretado el sueño del copero del rey, le dijo: “Acuérdate, pues, de mí cuando tengas ese bien…”. Él se olvidó de José, pero cuando hubo un momento de necesidad y crisis en Egipto, ninguno pudo interpretar el sueño del Faraón; he ahí donde el copero se acordó de José y dijo al Faraón: “Yo conozco a uno que sabe descifrar e interpretar los misterios de Dios, su nombre es José y está preso”, la respuesta no se hizo esperar: “¡Tráiganlo!” y presentándose al Faraón, interpretó su sueño y salvó al pueblo de la crisis.

 

Es importante no olvidar lo que Dios hizo por nosotros. El alma es el asiento de las emociones y si se descuida, puede aparecer el engreimiento. En Salmos 103:2, David decía para sí: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios”. Exaltaba a Dios y reconocía que no era su fuerza, su valentía o su destreza; sino el poder, misericordia y la gracia de Dios.

 

Lo peor que puede llegar a hacer un cristiano es olvidar la misericordia y el amor de Dios para con su vida. Es como el hijo ingrato que, luego que ha logrado cierto éxito en la vida, olvida a la madre que lo cuidó, lo crió y educó; portándose como un malagradecido. ¡Olvidarse de algo así es caer en el pecado de la ingratitud! Cuídate de no olvidarte de Jehová. Fuente: Impacto Evangelistico